martes, 13 de enero de 2015

Allí sentada entre sus piernas y apoyando la espalda sobre su pecho, pasaba el rato mientras le enseñaba todo lo que había dibujado hasta entonces. Cada vestido y cada pieza diseñada para una ocasión diferente, para un momento de su vida concreto. 
Jamás de confesaría que muchos de ellos tenían su origen en él, en todos esos ratos que se había imaginado junto a él, en verano o en otoño, pero siempre junto a él. Jamás le diría que más de la mitad del trabajo de su último año, se debía a esa magia que ejercía sobre ella y que le permitía soñar con imposibles. 
Jamás ninguno le confesaría al otro que todo lo que había podido hacer hasta esa fecha, era porque estaban ahí, inspirándose, sin quererlo, mutuamente.


Pesaban sobre mí demasiados días de ausencia. Quizá llevase ya una cantidad sobrehumana de horas sin poder rozar su piel y quizá, precisamente por ello, había perdido el recuerdo de cómo era. 
Al verla llegar me quedé sin respiración. No la recordaba tan guapa. Tan inmensamente guapa. Las palabras se me atragantaron cuando, sin siquiera imaginarlo, sin proponérmelo, me vi rodeándola con los brazos temblorosos.
"Una y no más" dijo, con esos ojos que me habrían convencido para perderme por cualquier país extraño. "Una y no más" asentí. Separó los labios para decirme algo, pero se quedó con las ganas cuando decidí que hacía demasiado tiempo que no los probaba. 

La música llenaba la habitación.
En cada rincón se podía sentir todo lo que llenaba aquel lugar.
 Allá, en la esquina, se perdía entre una melena desordenada y una camiseta con suficiente tela para cubrir a tres como ella.
Oyó el ruido de la puerta pero no se inmutó.
Le dio igual.
Ya todo le daba igual.

sábado, 3 de enero de 2015

El frío empezaba a ser parte de ella. Se caló bien el gorro y hundió la nariz en la bufanda, esa naricilla ya colorada por los escasos grados de la calle. Chocó con una de las miles de personas que la rodeaban y ni se paraban a disfrutar de ese frío, de esa noche que ya existía desde las seis de la tarde.
No entendía ni la mitad de las cosas que le rondaban por la cabeza y sentía una imperante necesidad de gritar, llorar, reír... explotar, todo al mismo tiempo pero sin hacer nada. Supongamos que todos conocemos esa sensación.

El frío empezaba a formar parte de ella. Pero no el frío de fuera, no el que hacía que se perdiese en un gorro y una larga bufanda, sino un frío que le comía por dentro, que le impedía pensar con claridad. Ese frío que todos sentimos cuando notamos como quienes nos rodean desde siempre, ya no están tan cerca, ese mismo frío que sentimos cuando sabemos que es culpa nuestra. 

Se perdió entre la gente, deseando desaparecer antes de llegar a donde él la esperaba, sin saber la que se le venía encima.