miércoles, 30 de octubre de 2013

Sus dedos se perdían entre los pliegues de la blusa, acariciando cada costilla como si fuera la primera vez que lo hacía, como cada vez. Su mano izquierda se entretenía jugueteando con la mano de ella mientras, tímidamente, sus labios la besaban. Hacía demasiado tiempo que deseaba hacer eso, demasiado siquiera para saber con exactitud cuanto y, sin embargo, le daba igual, al fin había conseguido tenerla con él.
Sentía cómo ella, poco a poco se dejaba llevar, como él deseaba seguirla allá donde lo llevara. 

Sonó un ruido, quizá un gato en la calle. Se separaron. La miró y se dio cuenta de que aquello no saldría bien, no solo por las lágrimas que corrían por sus mejillas. Había algo que le decía, allí, a la altura del estómago, que cuanto más limpio fuera el corte, menos doloroso. Se separaron y se perdió en la noche para no repetir aquello más.

martes, 22 de octubre de 2013

Así era ella: sutil e imperceptible. Espontánea a cada momento. Jamás sabía como reaccionaría ante un día de lluvia o uno de sol. Tan pronto te abrazaba como te daba un golpe, siempre amistoso. Podía echarse a llorar en medio de una carcajada y perderse entre los mechones de su pelo mientras las lágrimas le corrían por las rosadas mejillas. Podía ser la noche y el día mientras se mordía el labio en ese gesto inconsciente que a él le hacía perder los estribos en un arrebato de pura felicidad. La misma felicidad que le recorría el cuerpo cuando la punta de uno de sus dedos le rozaba por error. Esos dedos de pianista que nunca habían tocado una sola tecla. ¿Para qué engañarse? Se moría al verla allí sentada, en el suelo de su habitación, rodeada de discos mientras se mordía el labio intentando decidir cuál sería el siguiente que sonaría en aquella habitación.

Mientras permanecía allí, pasmado, mirándola,  aquella chica se levantó sigilosamente, como siempre hacía. Tras colocarse, como sin quererlo, esos vaqueros que tan bien le sentaban, se plantó ante él y se acercó, sus labios a apenas uno o dos centímetros...ella tan espontánea como siempre... él tan feliz como nunca...Pero ese beso se perdió por el camino, justo antes de que le cogiera de la mano y lo obligara a sentarse en el suelo frente a ella donde se encargó de que no huyera con tan solo pasar una pierna por encima de las suyas. Y otra vez esa sonrisa en su cara, boba y torcida.
Un día suena la alarma. Te despiertas. La apagas, ves la hora y acto seguido te tapas con la colcha deseando que el mundo que te rodea desparezca, rogando a quién esté escuchando que no te haga vivir este día que se avecina gris aunque el sol se cuele entre las persianas.
Otro día, sin embargo, te despiertas un minuto antes de que suene el despertador. Fuera llueve. Bostezas, suspiras y sales de la cama. Pones algo de música para acompañar al ritmo de la lluvia mientras intentas conseguir un aspecto aceptable para el día que se avecina. Un buen café y una sonrisa. Ese día te sientes invencible, confiada... Feliz. Sin una razón, o al menos con una desconocida. Así de simple, llana y completamente feliz, porque a veces nos sobran motivos y no nos damos cuenta.

jueves, 3 de octubre de 2013

Si algo se aprende tomando decisiones y fallando es que siempre o al menos la gran mayoría de las veces, tiene solución. Lo importante es saber que nos hemos equivocado y que debemos hacer lo imposible por buscar algo que poco a poco nos haga felices. Porque si nos rendimos a la primera de cambio, si consideramos que algo no tiene remedio, será entones cuando realmente no lo tenga.