Sus dedos se perdían entre los pliegues de la blusa, acariciando cada costilla como si fuera la primera vez que lo hacía, como cada vez. Su mano izquierda se entretenía jugueteando con la mano de ella mientras, tímidamente, sus labios la besaban. Hacía demasiado tiempo que deseaba hacer eso, demasiado siquiera para saber con exactitud cuanto y, sin embargo, le daba igual, al fin había conseguido tenerla con él.
Sentía cómo ella, poco a poco se dejaba llevar, como él deseaba seguirla allá donde lo llevara.
Sonó un ruido, quizá un gato en la calle. Se separaron. La miró y se dio cuenta de que aquello no saldría bien, no solo por las lágrimas que corrían por sus mejillas. Había algo que le decía, allí, a la altura del estómago, que cuanto más limpio fuera el corte, menos doloroso. Se separaron y se perdió en la noche para no repetir aquello más.