miércoles, 29 de enero de 2014

La cogió de las manos y comenzó a juguetear con sus dedos. De golpe, ella los cerró en dos pequeños puños. "¿Por qué haces eso?" le susurró con la mirada, "Mis uñas son un desastre, nunca consigo pintarlas sin que se me estropee a los cinco minutos" explicó ella, con un ligero rubor en las mejillas, ese color que a él tanto le gustaba, "No seas boba, me gustan tus uñas así, desastrosas y bonitas al mismo tiempo, como solo tú puedes llevarlas".




domingo, 26 de enero de 2014

Le dio al "play" y dejó que las dulces notas llenaran la habitación. Se sentó en el suelo, en su rincón de siempre. Apoyó la espalda sobre la pared, miró hacia arriba y cerró los ojos dejando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Algún sollozo perdido se ahogó entre la música.
Pensó mil maneras distintas de pedir ayuda, pero los desechó todas porque no las consideraba lo suficientemente perfectas. Pensó en mil personas a las que pedir socorro pero ninguna acudiría como lo hacía él. En esos momentos la distancia le pesaba más que nunca.

domingo, 19 de enero de 2014

Cuando se dio cuenta estaba rodeada de un montón de folios, de sus dibujos de mil cosas distintas, de mil conjuntos de viernes noche y de otros mil de lunes de examen.
Buscó el lápiz como un loca entre todos esos folios mientras tenía a su compañera al otro lado de la línea hablando sobre el último caso del bufete. Cuando se quiso dar cuenta había colgado sin querer y había encontrado el lápiz enredado entre su pelo. Siempre olvidaba que lo estaba usando a modo de coletero, siempre desde que era una simple adolescente que vivía en su propio mundo al que solo entraba con un lápiz y un papel.

Salió  de la habitación, aún con el pantalón del pijama y con la parte de arriba desaparecida entre las sábanas, pero tampoco le importaba en aquel lugar, en aquel verano.
Bostezó. Se estiró y la vio frente a él, sentada en una butaca frente a la ventana, con una taza de café en la mano y un nuevo libro sobre las piernas, esas piernas que se perdían bajo su camiseta de pijama.
De pronto, como si hubiese acabado un párrafo, dejó el libro y la taza a un lado y se acercó hasta él "Buenos días", le dio un suave beso en  la mejilla, le cogió la mano y tiró de él suavemente hasta la butaca. Le enseñó lo que leía, un pequeño libro de poemas, esos que tanto le gustaban. Parecía que lo hubieran leído mil veces y ella fuera por la mil y una, no le extrañaba.
 "Suelo repetir todo lo que me ha gustado hacer una vez. Si a la segunda aún me hace sonreír, es que merece la pena" le había dicho cuando le había besado por segunda vez "¿Y crees que repetirás este beso?"... de golpe volvió a la realidad, allí en aquella casa de suelos blancos y puertas azules, junto al mar.




sábado, 4 de enero de 2014

Cuando se dio cuenta ella estaba allí, arrodillada en medio de la hierba. Salió corriendo al jardín. Jamás se acostumbraría a verla así. Jamás dejaría de preocuparse. Llovía como hacía mucho que no llovía.
Se arrodilló frente a ella. No muy lejos, pero tampoco demasiado cerca, al menos no lo suficiente para tocarla sin querer. Nunca sabía como reaccionaría ante su presencia. De golpe y sin esperarlo, ella rompió a llorar, como nunca le había visto llorar. Él se quedó allí esperando hasta que ella, por fin, se acercó levemente pero sin llegar a tocarle, entonces él entendió qué era lo que necesitaba: la abrazó como cualquiera habría hecho pero sin llegar a hacerlo como cualquiera. 
Estuvieron allí horas, o quizá no tanto, ninguno pudo recordarlo días después. Tampoco les importó.Él le acariciaba el pelo mientras ella se deshacía en lágrimas, temblando de pies a cabeza. Como siempre que ella le necesitaba. Como siempre que se necesitaban.


En cuanto abrió la puerta el viento gélido le golpeó la cara. Se tapó la boca con la bufanda y se ciñó bien el gorro hasta que solo quedaban a la vista su pequeña naricilla y sus ojos, curiosos ante todo lo que pudiera aparecer ante ellos.
Caminó en contra del viento, a contracorriente como todo en su vida, luchando contra el viento hasta llegar a aquella esquina. Se sentó a esperar, como hacía cada tarde, lloviera o no, a 40 grados o a 3, ella esperaba.  Ella confiaba en que cualquier día aparecería quien tan injustamente le había sido arrebatado.