Un día agotador. Una semana asquerosa, de esas que se pegan a nuestra piel y nos impiden avanzar. Poca esperanza en el fin de semana que se avecinaba, en definitiva, un invierno interno de esos que se abalanzan sobre nosotros cuando menos te lo esperas.
Llevaba todo el día peleándose con el ordenador y una montaña de apuntes la rodeaban impidiéndole pensar en nada. Estaba hasta arriba y al borde de las lágrimas, quería gritar y librarse de aquella sensación tan agobiante que le oprimía el pecho. Habría dado lo que fuera por ser libre, cualquier cosa...
De golpe, y sin ser demasiado consciente de lo que hacía, en un arrebato de locura de esos que solo le daban a ella, tiró los apuntes de la mesa, puso música, su música, en el ordenador y dejó que esa sensación de placer le recorriera el cuerpo. Cogió su cuaderno de dibujo del cajón que llevaba tanto tiempo olvidado y se sujetó el pelo en un moño desordenado, ese que tan bien le sentaba. Dejó que el lápiz se moviera al ritmo de las notas que inundaban su habitación dibujando todos esos vestidos que soñaba con tener entre sus dedos algún día.