domingo, 10 de enero de 2016

Se metió en la cama después de un día, cuando menos, raro. Cerró los ojos y sintió que iba a explotar. Pero por primera vez en meses, explotaría de felicidad, así aparentemente injustificada. Porque aquel día era simple y llanamente feliz. No podía decir que se hubiese tratado de un día diferente pero tampoco había sido como los demás. 

Pensó en todo lo que había vivido hasta el momento. Nada se parecía a eso que empezaba a sentir cada vez más a menudo, a ese vacío de felicidad amargo que le quedaba cuando volvía a casa.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Olía a tabaco. Había estado con sus amigas, por eso olía así.
Tabaco. Un olor que no podía soportar, solo lo hacía cuando estaba ella. Ver como arrugaba la nariz en una mueca cuando lo olía, hacía que compensase las tripas revueltas, que ni las sintiese.
La blusa estaba moteada con pequeñas manchitas, juraría que era cerveza. También olía a cerveza.
"Nos hemos reído mucho" dijo mientras se encogía de hombros, como disculpándose. Era un desastre, incapaz de volver a casa como había salido, impoluta como cuando atravesaba el portal.

lunes, 9 de febrero de 2015

* y que poco nos acotumbramos

Con todo lo que había vivido aún quedaban cosas que no podía superar, que le seguían doliendo una y otra vez. 
En algún momento debería haber aprendido que los imposibles existen, aunque nos neguemos a creerlo, al fin y al cabo es lo único que nos impulsa a luchar al máximo de nuestras posibilidades (y un poco más). Lo único que nos da valor para amanecer cada día y seguir adelante. El pensar que quizá en algún momento podremos conseguir ser los primeros o los únicos. Que en algún momento nos encontraremos a esa persona con la que no contamos. Que cualquier día la distancia no será más que una simple sábana o quizá una prenda de ropa.
Que poco nos acostumbramos a saber que los que están lejos, están lejos y punto. 
Que poco nos acostumbramos a saber que los que están cerca no nos confortarán tanto como una canción perdida en la noche. Que ellos no nos valen porque igual no son lo que necesitamos. 

Que mal llevamos la distancia*

martes, 13 de enero de 2015

Allí sentada entre sus piernas y apoyando la espalda sobre su pecho, pasaba el rato mientras le enseñaba todo lo que había dibujado hasta entonces. Cada vestido y cada pieza diseñada para una ocasión diferente, para un momento de su vida concreto. 
Jamás de confesaría que muchos de ellos tenían su origen en él, en todos esos ratos que se había imaginado junto a él, en verano o en otoño, pero siempre junto a él. Jamás le diría que más de la mitad del trabajo de su último año, se debía a esa magia que ejercía sobre ella y que le permitía soñar con imposibles. 
Jamás ninguno le confesaría al otro que todo lo que había podido hacer hasta esa fecha, era porque estaban ahí, inspirándose, sin quererlo, mutuamente.


Pesaban sobre mí demasiados días de ausencia. Quizá llevase ya una cantidad sobrehumana de horas sin poder rozar su piel y quizá, precisamente por ello, había perdido el recuerdo de cómo era. 
Al verla llegar me quedé sin respiración. No la recordaba tan guapa. Tan inmensamente guapa. Las palabras se me atragantaron cuando, sin siquiera imaginarlo, sin proponérmelo, me vi rodeándola con los brazos temblorosos.
"Una y no más" dijo, con esos ojos que me habrían convencido para perderme por cualquier país extraño. "Una y no más" asentí. Separó los labios para decirme algo, pero se quedó con las ganas cuando decidí que hacía demasiado tiempo que no los probaba. 

La música llenaba la habitación.
En cada rincón se podía sentir todo lo que llenaba aquel lugar.
 Allá, en la esquina, se perdía entre una melena desordenada y una camiseta con suficiente tela para cubrir a tres como ella.
Oyó el ruido de la puerta pero no se inmutó.
Le dio igual.
Ya todo le daba igual.

sábado, 3 de enero de 2015

El frío empezaba a ser parte de ella. Se caló bien el gorro y hundió la nariz en la bufanda, esa naricilla ya colorada por los escasos grados de la calle. Chocó con una de las miles de personas que la rodeaban y ni se paraban a disfrutar de ese frío, de esa noche que ya existía desde las seis de la tarde.
No entendía ni la mitad de las cosas que le rondaban por la cabeza y sentía una imperante necesidad de gritar, llorar, reír... explotar, todo al mismo tiempo pero sin hacer nada. Supongamos que todos conocemos esa sensación.

El frío empezaba a formar parte de ella. Pero no el frío de fuera, no el que hacía que se perdiese en un gorro y una larga bufanda, sino un frío que le comía por dentro, que le impedía pensar con claridad. Ese frío que todos sentimos cuando notamos como quienes nos rodean desde siempre, ya no están tan cerca, ese mismo frío que sentimos cuando sabemos que es culpa nuestra. 

Se perdió entre la gente, deseando desaparecer antes de llegar a donde él la esperaba, sin saber la que se le venía encima.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Un día agotador. Una semana asquerosa, de esas que se pegan a nuestra piel y nos impiden avanzar. Poca esperanza en el fin de semana que se avecinaba, en definitiva, un invierno interno de esos que se abalanzan sobre nosotros cuando menos te lo esperas. 
Llevaba todo el día peleándose con el ordenador y una montaña de apuntes la rodeaban impidiéndole pensar en nada. Estaba hasta arriba y al borde de las lágrimas, quería gritar y librarse de aquella sensación tan agobiante que le oprimía el pecho. Habría dado lo que fuera por ser libre, cualquier cosa...
De golpe, y sin ser demasiado consciente de lo que hacía, en un arrebato de locura de esos que solo le daban a ella, tiró los apuntes de la mesa, puso música, su música, en el ordenador y dejó que esa sensación de placer le recorriera el cuerpo. Cogió su cuaderno de dibujo del cajón que llevaba tanto tiempo olvidado y se sujetó el pelo en un moño desordenado, ese que tan bien le sentaba. Dejó que el lápiz se moviera al ritmo de las notas que inundaban su habitación dibujando todos esos vestidos que soñaba con tener entre sus dedos algún día.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Con ella redefinió su propio concepto de lo que era "sexy". Sin duda, los grandes escotes y las faldas en miniatura no eran lo suyo. Con ella había redescubierto lo bonito que podía ser un hombro dejándose ver bajo una camiseta caída. Había reconsiderado lo bien que le puede quedar una camiseta de hombre a esas piernas bronceadas por el sol de agosto. Y por supuesto, había batido récords con sus rosadas mejillas.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ella tenía ciertas teorías que, con el tiempo, todos los que la rodeábamos acabábamos tomando como propias. 
Una de ellas decía que hay ciertas cosas que sientan mejor cuando son robadas. 
Para explicar esto se basaba en pequeñas cosas de nuestra vida, cosas que a todos nos arrancan una sonrisa. 
Para explicar esto te pide que imagines una fuente con la empanada de tu abuela, cuando apenas eras un crío que la miraba muriéndose de ganas por robar esa letra hecha con masa. Te pide que recuerdes ese momento de valentía en el que alargabas tus pequeños dedos para robar esa "B". Que recuerdes la marca de tono más claro que quedaba sobre la masa y el susto que te hizo saltar al ver a tu abuela mirándote antes de ponerse a sonreír y de guiñarte un ojo.
Para explicarte esto, te pide que recuerdes como le robaste aquel beso furtivo en la estación, delante de todo el bus, abrazado por sus coloradas mejillas. Que recuerdes a qué te supieron esos labios.
Para que puedas sentir lo que quiere decir, te pide que recuerdes la sonrisa que le robaste a cualquier bebé mientras esperabas en un semáforo.
Para que la entiendas, te hace volver a tu adolescencia, a ese momento en el que robaste una copa cualquiera que acababan de servir a un desconocido en un local perdido en la noche.
" ¿A que hay cosas que saben mejor robadas?" y sonríe mientras te roba un beso.